
El 12 de octubre de 1492 nace una nueva cultura mestiza. Por una parte, la supervivencia de las grandes civilizaciones que existían antes de la llegada de los españoles. Por la otra, la cultura europea traída por el conquistador. Ambos mundos unidos por la palabra; por un idioma común que fuera implantado pero que hoy pervive y otorga unidad histórica dentro de la diversidad de estos pueblos.
En el principio fue la palabra
La
literatura es siempre un acto de descubrimiento. Por medio de las palabras se
nombra una realidad que había permanecido oculta o que nadie había podido
nombrar. El escritor es, siempre, un navegante, un ser que busca
implacablemente cómo dominar el lenguaje para transmitir su visión del mundo y
de la vida.
El
artista no siempre encuentra lo que buscaba y casi nunca busca lo que encuentra.
Muchas grandes obras literarias han sido creadas sin que el autor tuviera la
intención de escribir literatura. Surgen como producto de una imposición de la
realidad que exige al artista dar cuenta de ella. Curiosamente fue lo que
ocurrió con dos de las obras literarias con las que arranca nuestra identidad
mestiza: el Diario de navegación de Cristóbal Colón (2009) y el nuestro Popol Vuh.
De la palabra al mito
El 12 de
octubre de 1492 Colón se encontró con una realidad asombrosa. No podía nombrar
lo que veía porque en su viejo continente no existían palabras para hacerlo: la
realidad se presentaba como un sueño, como un paraíso terrenal. Tuvo que crear
metáforas, símiles, parábolas para dar a conocer a sus reyes esa realidad
inédita:
Hay algunos
hechos como gallos de las más finas colores del mundo, azules, amarillos,
colorados y de todas colores, y todos pintados de mil maneras, y las colores
son tan finas, que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso
para verlos (Colón, 2009, pág. 28).
El
navegante genovés quería tan solo registrar sus vivencias, pero la fascinación
fue más poderosa. No pudo evitar sucumbir al reino de la metáfora pues no había
otra forma de explicar algo que ni él mismo comprendía. Así, terminó creando la
primera obra literaria mestiza de América. En ella, sin proponérselo, tuvo que
fundir el pensamiento racionalista europeo con la exótica realidad de este
continente; todo ello, en una síntesis barroca creada por la palabra escrita.
Lo mismo
ocurrió con varios conquistadores, como Bernal Díaz del Castillo. En su vejez,
en Guatemala, se lamentaba de la falsificación que hacían los historiadores
sobre la conquista. Como soldado protagonista no podía quedarse callado y escribió
su Verdadera y notable relación del descubrimiento y conquista de la
Nueva España y Guatemala (2009). Tampoco
se propuso crear una obra literaria; sin embargo, lo maravilloso de la
naturaleza, la majestuosidad de las ciudades, lo asombroso de la cultura de los
conquistados, le obligaban a detenerse en descripciones, narraciones paralelas,
valoraciones, etcétera. Nuevamente, la realidad le jugó una mala pasada y tuvo
que acudir al lenguaje literario para dar cuenta de los hechos que se abrían a
su paso. Así surgió una sorprendente historia en clave de novela barroca.
Para
entonces, pervivían los cánones del Renacimiento: una literatura racional,
sobria, equilibrada. Sin embargo, la naturaleza terminó moldeando las
descripciones del, por ellos llamado, Nuevo Mundo a partir de una estética
barroca inédita: la realidad con que se encontraron terminó por moldear un
estilo literario rico en recursos retóricos que ha caracterizado a la
literatura hispanoamericana desde entonces.
Del mito a la palabra
Desde el
otro lado ocurrió lo mismo, pero al revés. Los indígenas se negaban a dejar en
el olvido ese maravilloso mundo de mitos y leyendas con las que forjaron su
mundo. Un legado que habían conservado a través de los siglos gracias a la
magia de la palabra hablada. Querían dejar constancia de una cultura que se les
estaba disolviendo “como los restos de un naufragio, como las brasas de un
incendio”, explicaba Cardoza y Aragón (1997, pág. 163). Tuvieron que volcar en ese lenguaje producto de la imposición
europea todo ese universo mágico que contenían sus viejas tradiciones, su
historia, su genealogía. Así surgieron soberbias obras literarias: Popol
Vuh, Memorial de Sololá, Chilam Balam…
Nuevamente,
sin proponérselo, el autor del Popol Vuh
creo una obra con un poder de encantamiento atemporal. Libro de proporciones
heroicas en el que los dioses y los hombres se conjugan en un ámbito mágico. Una
obra que es a la vez mito, leyenda e historia. Pero, sobre todo, merced a esa
mezcla del pensamiento indígena plasmado en caracteres latinos, el Popol Vuh es un libro de una habilidad
decorativa fascinante, despliegue de barroquismo y abundancia imaginativa;
mezcla de la realidad inmediata y el mito:
Tomad, pues, la
palabra ¡eh, Tú! que engendras y pares, nuestra Abuela, nuestro Abuelo,
Xpiyacoc y Xmucané; haced que la germinación se haga, que el alba ilumine, que
seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados por el hombre
formado, por el hombre creado, por el hombre erguido.
La
síntesis del Popol Vuh expresa esa
misma simbiosis estética que Cardoza y Aragón define así: “El eslabón de
nuestros pueblos, forjado por los cronistas aborígenes, se une al de los
cronistas castellanos, ligando dos mundos diferentes. Sin ellos ¡qué laguna
habría en nuestro más legítimo patrimonio espiritual!” (1997, pág. 163)
Del Diario
de navegación al Popol
Vuh y
viceversa: son los viajes de ida y retorno, de descubrimiento y encuentro.
Viajes que nos enseñaron a nombrar nuestra realidad. A convertirla en una
perpetua obra literaria que escapaba a cualquier clasificación preexistente.
Así, del hecho mismo de la llegada de los españoles surgió una nueva cultura:
una forma de ver el mundo diferente; un sincretismo cultural que obligó a
interpretar la realidad a partir de la comprensión recíproca entre europeos y
americanos (Fernández
Moreno, 1990).
Realismo mágico
Y así se
perpetuo la literatura hispanoamericana. Se forjó de la tensión entre ese mundo
europeo que se imponía con ínfulas de superioridad cultural y ese maravilloso
mundo indígena que se negaba a sucumbir ante la barbarie de los
conquistadores-colonizadores.
Varios
siglos tuvieron que pasar para que esos mundos se reconciliaran en uno solo y
estallaran en una orgía de palabras tanto reales como maravillosas. Fue nuestro
Gran Lengua, Miguel Ángel Asturias quien provocó esa eclosión que terminó de
dar carta de identidad a nuestra literatura: el realismo mágico. Una estética
que, desde sus orígenes, expresa la síntesis de dos mundos: racional, el uno;
mágico el otro.
Asturias no hizo más que intuir esa veta
real-maravillosa iniciada por Colón y el Popol
Vuh. Al sucumbir a la realidad no hizo más que dejar a esta empoderarse y
conquistar el espacio central en la literatura misma. Una realidad maravillosa
que se resistía –y se sigue resistiendo– a ser interpretada desde el
pensamiento racional europeo. Una realidad que se impone y que produce una
nueva forma de estar en el mundo. Eso es el realismo mágico. Esa es la América
que resultó de la unión entro esas dos culturas.
Referencias
Cardoza, L.
(1997). Guatemala: las líneas de su mano.
Guatemala: Editorial Universitaria.
Colón, C.
(2009). Diario de navegación.
Guatemala: Tipografía Nacional.
Díaz del
Castillo, B. (2009). Verdadera y notable
relación del descubrimiento y conquista de la Nueva España y Guatemala.
Guatemala: Tipografía Nacional.
Fernández
Moreno, C. (1990). América Latina en su
literatura (decimosegunda edición ed.). México, D. F.: Siglo Veintiuno.
Recinos, A. (1950). Popol Vuh: las antiguas historias dl Quiché.
México: FCE.
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