París ha sido el refugio ideal para bohemios, sibaritas,
cosmopolitas y creadores. Desde la restauración del imperio napoleónico se
consagró como el centro cultural del mundo. De hecho, fue la primera metrópoli
con afanes cosmopolitas conscientes. Así lo atestiguan sus grandes avenidas, su
torre Eiffel, el Louvre, Notre Dame…
La lista de intelectuales guatemaltecos que han vivido en
París es inmensa. Sin embargo, resulta curioso encontrar casos paradigmáticos
en los que la Ciudad Luz ha servido, al menos, como escenario para el encuentro
de la identidad estética de varios artistas.
Viaje a la semilla
Al parecer, para comprender la realidad propia es
conveniente tomar distancia de ella. Tal parece haber sucedido con varios de nuestros
artistas, quienes pudieron comprender a cabalidad su realidad más profunda
después de viajar a París y conocer los movimientos intelectuales de vanguardia
en aquella ciudad. Al parecer, el viaje a París les provocó, en lo más profundo
de su ser, un viaja a la semilla de su identidad.
Así, encontramos a José
Milla. El creador de la novela guatemalteca buscó refugio en París tras la
caída del régimen conservador en Guatemala. Eran sus años maduros; sin embargo,
fue ahí donde vio la luz primera su famoso Juan
Chapín, personaje prototípico de su literatura. En esa ciudad escribió también
una de sus obras más atrevidas e innovadoras: Viaje al otro mundo pasando por otras partes. Es una novela
experimental, cargada de simbolismos en la que el escritor contrasta lo
guatemalteco con lo universal.
El caso de Enrique
Gómez Carrillo es el inverso: para su “refinado” sentido estético,
Guatemala era apenas una aldea que no le permitía liberar su palabra
cosmopolita. De ahí su temprana evasión hacia la ciudad universal por
excelencia. El príncipe de los cronistas
desarrolló su más importante actividad literaria en París, ciudad en donde
conquistó fama de dimensiones universales.
Luis Cardoza y Aragón
también recibió en París el impulso creativo fundamental para su desarrollo
artístico. En aquella ciudad conquistó la amistad y la admiración de los
principales representantes del surrealismo: Bretón, Eluard y Arnaud. Como
producto de ello, publicó los poemarios Luna
Park y Maelstron, ambos, los
mejores ejemplos del surrealismo poético latinoamericano.
El caso más emblemático de la influencia parisina es el de Miguel Ángel Asturias. En esa ciudad
maduró sus inclinaciones literarias y desarrolló una experimentación estética en
las corrientes de vanguardia en boga. Se codeó con los círculos más prolíficos
del surrealismo y buscó en lo onírico la fuente de su inspiración estética. Sin
embargo, nunca encontró lo que buscaba; en cambio, descubrió lo que tanto anhelaba en el
maravilloso mundo indígena guatemalteco. Se topó así con el realismo mágico,
que a la postre se convertiría en el sello de identidad latinoamericana. Como
producto de ello, concibió Leyendas de
Guatemala, publicada por primera vez en 1930 y prologada por el entonces
más codiciado crítico literario: Paul Valéry. Ahí también dio forma a su novela
más conocida: El señor presidente.
En el arte dramático tenemos también dos casos emblemáticos:
Carlos Solórzano es uno de los referentes del teatro latinoamericano y guatemalteco
de origen. Realizó estudios de arte dramático en el Conservatorio Nacional de
Francia y en la Sorbona de París. Ahí trabó amistad con grandes dramaturgos
universales, como Albert Camus y Emmanuel Robles. La experiencia le permitió
comprender a profundidad las manifestaciones dramáticas del teatro
latinoamericano y desarrollar una estética personal cosmopolita.
Manuel José Arce, a la vez poeta, dramaturgo y
“escribiente”, encontró en París el refugio para sobrellevar su exilio. Desde
1980 tuvo que abandonar Guatemala, ante la represión generalizada de los
regímenes militares. Fue en aquella ciudad donde se estrenó su obra Torotumbo, adaptación escénica de la
obra homónima de Miguel Ángel Asturias. Desde París, también nos envió algunos
de sus poemas más profundos y humanos.
La plástica guatemalteca también ha visto en París esa
revelación de identidad profunda. Tal aconteció con Mérida, Rojas y Ossaye. Carlos
Mérida, el gran muralista guatemalteco también estuvo en París, donde buscó
soluciones estéticas en las vanguardias francesas. Fue Pablo Picasso quien lo
introdujo en los círculos intelectuales parisinos, lo que le permitió trabar
amistad con artistas plásticos de la talla de Kandinsky, Klee y Miró. Fue así
como encontró esa fusión de elementos del arte mesoamericano dentro de los
cánones occidentales asociados con el abstraccionismo y el construccionismo.
Algo parecido ocurrió con Elmar René Rojas, quien estudió en
la Escuela de Bellas Artes de París. Aunque ya llevaba un buen camino recorrido
en el arte, la experiencia de París le ayudó a encontrar, como en el caso de
Asturias, ese realismo mágico en el que logró una síntesis entre lo maravilloso
de su realidad y el lenguaje universal de las vanguardias. Roberto Ossaye
también radicó en París. A pesar de su corta vida, logró encontrar en el
lenguaje cosmopolita un estilo de mucho ritmo, plasticidad y fuerza expresiva,
plasmados en un arte de intensa preocupación social.
El jardín epicúreo de González
Erick Gonzales
es un artista plástico guatemalteco contemporáneo. Egresado de la Universidad
de San Carlos, buscó abrirse espacio en los círculos artísticos de la Antigua
Guatemala y en diferentes eventos nacionales. Sin embargo, dio su salto
cualitativo en París, ciudad en la que reside actualmente y donde alcanza la
plenitud de su búsqueda. Ha conquistado ahí un importante espacio y
reconocimiento. De ahí que, desde 2005 ha realizado una serie de exposiciones,
tanto individuales como colectivas. Curiosamente, su espacio en París le
permitió ganar el propio en su país natal. Desde entonces, ha expuesto en las
principales salas guatemaltecas y parisinas. Sobre su pintura, afirma el
crítico francés Georges Donnet:
“La pintura de Erick González (…) es símbolo de la
confusión ambiente, del desorden y del riesgo inherente a los asuntos humanos.
Sus cuadros son un punto de vista donde el mundo aparece en su crudeza con el
“perfume” de la América Central. La moderación, tanto en la búsqueda de la
imagen como en su encuadre, más el problema de evocar el todo por el detalle,
es un signo de pudor y reticencia”.
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