Carlos Augusto Velásquez[1]
La trova latinoamericana se volvió un canto de unidad en
Guatemala para gritar al unísono ese himno por la más universal de las batallas
de Otto René Castillo: “Aquí no lloró nadie. Aquí solo queremos ser humanos”.
Tres íconos del canto latinoamericano se dieron cita: Pablo Milanés, Luis
Enrique Mejía Godoy y Fernando López. Como corolario, el Grupo Canto general, con esa remembranza del
poeta universal, Pablo Neruda. El ambiente no podía ser más propicio: el teatro
al aire libre “Otto René Castillo”. En él, las voces se unieron para dar vida a
la más emblemática canción del más emblemático de los trovadores guatemaltecos:
Solo queremos ser humanos, de
Fernando López. Justamente un poema del simbólico anfitrión: Otto René
Castillo.
Por la unidad latinoamericana
En primer lugar, este acontecimiento evoca la deseada unidad
latinoamericana: un continente cuyas naciones tienen muchos elementos en común.
La poesía de Otto René Castillo está incrustada en lo más profundo de los sentimientos
de transformación social. La trova apuesta por esa posibilidad: el encuentro
entre la más alta poesía y el más genuino empeño de transformación y
reivindicación sociales.
Aunque a distancia, la trova latinoamericana tiene y ha
tenido siempre ese sentimiento de hermandad y unidad. Es uno de sus anhelos y
una de sus búsquedas permanentes. Pablo, Luis Enrique y Fernando son, parafraseando
al segundo, astillas de un mismo canto. Que se conjugaran en un mismo sitio y a
una sola voz resulta ser un acontecimiento-homenaje a la poesía comprometida
con las causas sociales, representada por Otto René Castillo.
Hay dos elementos comunes que recorren el hilo de la trova
latinoamericana: esteticismo y compromiso social. Quizá la influencia del
ideario estético de autores como Cortázar encarnara en el nuevo canto
latinoamericano. El autor de Rayuela
planteaba que no hay que crear literatura acerca de la revolución sino
revolucionar la literatura misma. Se trataba de una invitación para alejarse de
la poesía panfletaria. Hacer que esta tomara conciencia de sí misma. Es la
esencia también del boom, ese prodigioso movimiento literario latinoamericano
encarnado en el propio Cortázar, Carlos Fuentes, García Márquez y Mario Vargas
Llosa.
El camino de la literatura hispanoamericana se universalizó
por medio de esa fórmula dual. Receta feliz que también terminó por unir los
dos afluentes de su río literario: la corriente esteticista encumbrada por
Rubén Darío; y el afluente político, arraigado en la tierra y la sangre,
proveniente de Icaza, Alegría y otros autores. Ambos afluentes, que corrieron
paralelos durante siglos, confluyen por fin en el Boom y provocan esa eclosión
estética que pone al continente a la vanguardia de la literatura universal.
No es casual que la nueva trova surgiera en Cuba,
particularmente en dos cantantes que se universalizaron de inmediato: Silvio
Rodríguez y Pablo Milanés. Ambos hicieron de su creación artística un
compromiso, en primer lugar, con la canción misma; con su esencia estética.
Ello implicó el dejar atrás las tonadas fáciles, de contenido social ramplón. A
la vez, protagonistas de su propia revolución, no se apartaron del compromiso
social del artista y de la canción revolucionaria que les antecedió. La década
de los 70 fue el escenario para ese boom de la canción latinoamericana. Ese movimiento
que, tal como pasó con su correspondiente literario, universalizó la música del
continente.
La trova guatemalteca no logró consolidarse como movimiento
estético. La urgencia de la lucha revolucionaria, acompañada de la sanguinaria
represión hacia los intelectuales, quizás impidió su pleno desarrollo. Los
vientos de democratización trajeron consigo un hálito de esperanza. Durante la
década de los 80 empezaron a surgir nuevas voces, sobre todo en ambientes
universitarios. La canción, como instrumento político programático, fue
cediendo paso a una nueva sensibilidad estética con el mismo compromiso social.
Vivir la vida, no morirla
En 1978, un niño de 12 años irrumpió en la escena musical
contestataria: primero, en Xelajú; después, en la capital; más adelante, en
Costa Rica y finalmente en La Habana, en el Festival Mundial de la Juventud:
Fernando López. Hoy, con una trayectoria de 40 años y con aportes definitivos
al arte guatemalteco, el trovador guatemalteco por excelencia encarna esa doble
vía de la trova: el arte sin concesiones estéticas y el compromiso sin
concesiones políticas para la transformación social. En ese sentido, su canción
es el hilo conductor que enlaza la trova tradicional europea con esa nueva
trova que surge y se alimenta de los movimientos de transformación social.
El encuentro de Pablo Milanés con Fernando López no es más
que el resultado de un largo proceso de maduración en ambas vías. Y no es
casual que el grito que los une sea uno universal y permanente: solo queremos ser humanos. El
acontecimiento es inédito en el país: Pablo Milanés, el más carismático y
universal representante de la nueva trova latinoamericana tiende ese brazo de
unidad a la par de Luis Enrique Mejía Godoy en reconocimiento a esos 40 años de
trayectoria musical de Fernando López. “Siento que es el reconocimiento más
significativo a mi trabajo como trovador y compositor. Sin pretender
trascendencia alguna con ello, hice sonar desde mi voz, las voces de poetas
silenciadas por el odio contrainsurgente, la indiferencia y el miedo en
Guatemala”, afirma el cantante.
La participación de Fernando López en este concierto
significa, para él mismo, el fin de un ciclo por los escenarios guatemaltecos.
Tras 40 años, el cantautor se prepara para llevar a Guatemala en su voz a la
escena internacional. Lo ha hecho por más de 10 años: su principal actividad
artística se ha desarrollado en esas otras latitudes, sedientas de nuevas
propuestas y voces frescas. Su paso por circuitos musicales europeos, lo ha
llevado a recorrer escenarios en República Checa, Alemania, España, Noruega,
Irlanda. Es este último sitio el que le dará cobijo permanente en esta nueva
etapa de su desarrollo musical. “Ha llegado el tiempo de cerrar en mi país un
ciclo de oficio como trovador acompañando desde 1978 las agudezas de mi tiempo
histórico, y trascender a uno nuevo a nivel internacional”.
Aquí no lloró nadie
Cinco años atrás, el 10 de mayo de 2013, se daba la lectura
al veredicto que encontraba culpable por genocidio a Efraín Ríos Montt. En la
sala de audiencia inició, de forma espontánea, un murmullo que terminó
imponiéndose en la voz de más de 700 asistentes. Era el canto que mejor resumía
el más profundo anhelo las víctimas del genocidio: Aquí solo queremos ser humanos. Entre los presentes, el
musicalizador del emblemático poema: Fernando López. “Sentí que estaba Otto
René entre las voces y, con él, todos los poetas desaparecidos. Se dio vida a
esas voces que acompañaron esa gesta de lucha social por la democracia” anota
el trovador con sentida emoción al rememorar ese momento que quedó grabado en
la historia del país. Desde su feliz musicalización, en 1980, el poema de Otto
René Castillo se convirtió en un ícono de la trova guatemalteca: esa que surgió
en el contexto del enfrentamiento armado, dentro de las aulas universitarias,
en la semiclandestinidad de la protesta.
Aquí no lloró
nadie,
aquí sólo
queremos ser humanos
comer, reír,
enamorarse, vivir,
vivir la vida y
no morirla.
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