Tres palabras que resumen las fobias de una sociedad ultratconservadora, ultrarracista, ultramachista y homofóbica. ¿Cómo utilizarlos para desviar la mirada de lo esencial, a partir de una crónica de un golpe de estado archianunciado?
Veo una especie de miopía en los alcances de las
interpretaciones de la oposición con respecto a los sucesos recientes. Estamos
frente a una organización criminal que se mueve con mucha inteligencia y que ha
sido capaz de vendernos una narrativa aparentemente de oposición pero que, en
el fondo, responde a su propio juego.
En primer lugar, fraguaron un plan desde que el actual
gobierno asumió. Giammattei conoce desde hace muchos años cómo funcionan los
hilos de la corrupción y sabe cómo conducirse con las élites del poder. Es,
además, un ser pusilánime, resentido y, sobre todo, con mucha inteligencia como
para no dejar cabos sueltos. Sabe cuándo soltar globos y cómo calcular las
reacciones de la oposición, por demás fragmentada o simplemente idealista o
timorata.
Desde los primeros años, lograron vendernos la narrativa que
convierte (no sin fundamento) a Miguelito en un monstruo. Con filtraciones por
aquí, deslices por allá, se ha permitido a la oposición construir el mito del
consorte que “realmente manda”. Se sabe lo de sus megacentros comerciales, sus
restaurantes-fachada, su título obtenido de forma fraudulenta, sus casas,
carros, viajes… Con ello, la imagen del presidente pasa a un segundo plano.
En segundo lugar, la miopía en la lectura del fraude. Con
una extraordinaria habilidad en el manejo de los espejos, hizo a toda la
oposición gritar que se avecinaba un fraude para la presidencia. Botó tres
binomios presidenciales para que toda la atención se dirigiera hacia ese punto.
Así, pudo a sus anchas manipular, robar, vender cuanto pudo para lograr una
cantidad casi imposible de diputados. Asegurarse el control del Congreso le
resultaba más fructífero que pelear por una presidencia que se sabía de
antemano perdida. Para sus planes de control de las cortes, MP, futuro TSE, etc.,
es más valioso controlar el Congreso que el ejecutivo.
Y seguimos con esa mirada miope: seguimos leyendo las
acciones del MP y las cortes como intento de golpe de Estado para impedir la toma
de posesión de Arévalo y Herrera. No es casual (tampoco fortuito) que la figura
que encarna al demonio sea precisamente una mujer, con todos los atributos
físicos y morales que se atribuye en el imaginario patriarcal a las brujas. Por
supuesto, la susodicha ha hecho suficientes méritos propios, pero su imagen
queda como anillo al dedo a la narrativa construida para desviar la atención.
Encaja también a la perfección, la construcción del Azrael
achichintle de la bruja: sus rasgos físicos, sus torpes declaraciones, su
ignorancia extrema, su nulo sentido ético. Estoy describiendo al sujeto que el
racismo criollo ha construido del indio. Sirve para que el inconsciente -inconsciente-
colectivo renueve ese sentimiento racista tan arraigado.
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